
En secundaria quise en secreto a algunas personas que nunca me notaron, pero no importaba, porque yo no quería que lo hicieran, y porque primero tenía que saber cómo era eso de amar de verdad. Me limitaba a ver a otros quererse sin atreverme a nada aún.
Todos mis ensayos de amor no eran correspondidos, y eso era desolador, pero siempre podía haber un ‘nuevo proyecto’. Pero aquellos que buscaban ser proyectos a la fuerza siempre eran rechazados: “mal aliento”, “fuma”, “egoísta”, “demasiado inmaduro”…"es un hijoputa" (etc). Que se le va a hacer. No era mi tiempo.
Hasta hace poco, entre llantos acumulados por desamores y experiencias de infancia me regía por el siguiente silogismo:
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